LLANERA

SOCIEDAD

Alberto Rodríguez Prado, amante de la ebanistería y de Villayo

Miercoles 14 de Agosto del 2019 a las 06:11


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Profesor, ebanista, deportista y sobre todo amante de Llanera en concreto de Villayo y Cayés, Alberto Rodríguez Prado fue una persona que dedicó su vida al trabajo. Nació en Lugones el 6 de febrero de 1934 y falleció el pasado 20 de junio de 2019, a los 85 años, en la misma localidad, aunque residía en Oviedo. Estaba casado con una vecina de Villayo, Raquel Fernández y tenía un hijo, Alberto, y una hija, Ana.

Desde muy joven le gustó la ebanistería y comenzó como aprendiz en un taller cuando contaba con 10 años, después trabajó en diferentes talleres por cuenta ajena. Hasta que se fue a hacer el Servicio Militar a Valladolid. Pero antes conoció a su mujer  en Oviedo, en concreto en San Julián de los Prados cuando tenían 14 años. En 1963 emigró a Bélgica, concretamente a Bruselas, dónde continuó trabajando en la ebanistería, primero por cuenta ajena y después instalándose por cuenta propia.

Su mujer recuerda que le escribía cartas que llegaban todos los miércoles y se llegaron a comprar un piso en Oviedo, “yo pensaba que al irse no quería saber nada de mí, pero me siguió escribiendo y me propuso matrimonio, después de casarnos en Navidades nos fuimos a vivir a Bruselas”, recordó. El matrimonio vivió allí ocho años, porque Raquel no se encontraba del todo a gustó y echaba de menos Asturias. En Bruselas nació su primer hijo Alberto.

Al regresar se enteró de que las escuelas de niñas de Cayés estaban a la venta y decidió comprarlas y abrir allí su propio taller, en el que trabajo 47 años. Entre sus trabajos se encuentran las puertas y ventanas de la Sala Capitular de la Catedral de Oviedo, obra de la que siempre estuvo muy orgulloso. También hizo la puerta de la Capilla de Abamia de Cangas de Onís, el Sagrario de la Iglesia de Arlós y también en la capilla de Villanueva realizó algún trabajo.

Alberto siempre se dedicó a realizar los mismos trabajos de carpintería y ebanistería: muebles por encargo, a medida, a capricho, tallando la madera. Muchos vecinos de Llanera tienen en sus casas algún mueble elaborado por Alberto, algún arca o algún cuadro. Muchas iglesias de la zona tienen algún elemento que fue tallado por Alberto, el de Cayés.

“Su trabajo era su mayor afición. Era un apasionado de la talla de madera, esta era la parte favorita de su trabajo, tarea que continuó realizando por afición, a pequeña escala, hasta que su salud se lo permitió. Le definimos como una persona trabajadora, enamorada de su trabajo y de Villayo, también tenía un sentido del humor diferente y siempre tenía el chiste del día”, apuntaron los familiares.

Su segunda afición, era pasar el tiempo en Villayo, localidad de la que es natural su esposa, y en la que pasó sus últimos días, porque le encantaba pasar los fines de semana en contacto con la naturaleza, al aire libre, siempre pendiente del cuidado de sus árboles.

También le gustaba el ciclismo, y durante muchos años salió a realizar unos cuantos kilómetros, siempre lo hacía después de trabajar. Aunque le costó algún susto, no desistió, y continuó hasta que la salud de dijo basta. Impartió, durante varios años y de forma gratuita, clases de madera en el centro social de Santa Cruz de Llanera, con el único interés de transmitir sus conocimientos.

Es seguro que sus alumnos recordarán algo que solía decir, que para realizar bien sus trabajos había que “dar un martillazo al reloj”, él quería decir que no había que tener prisa, había que estar concentrado, pensando en lo que se tiene entre manos. Alberto podía pasar horas enfrascado en alguna talla.

 

Alberto era una persona fuerte, con mucha fuerza de voluntad, y continuó haciendo las cosas que le gustaban a pesar de tener cada vez más limitaciones físicas por problemas de salud. Pero él continuaba, a su manera, porque no tenía miedo. Llegó incluso a cumplir uno de sus retos: construir un hórreo, a edad ya avanzada y con una salud que ya no estaba en perfecto estado, sólo por afición, y lo consiguió.

El día a día de Alberto en sus últimos años, era acudir a su taller de Cayés, donde en los últimos tiempos realizaba cuadros y pequeñas manualidades, y a dónde acudían a diario sus vecinos, amigos y familiares, para que Alberto los ayudara a hacer sus pequeños trabajos de carpintería doméstica o trabajos de talla de madera. Y el fin de semana no podía pasar sin ir a Villayo, en donde le gustaba perderse en la naturaleza, recogiendo setas, plantando y cuidando sus árboles.

“Finalmente, hemos tenido que decirle adiós, su salud ya no aguantó más. Nos quedarán como recuerdo sus trabajos, su sentido del humor, el ver pasar aquella furgoneta a escasa velocidad, camino de Villayo o de Cayés. Adiós Alberto”, se despidió la familia.

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