LLANERA

SOCIEDAD

Historias del ayer y del hoy. La Mili en el Sahara español (VII)

Miercoles 14 de Abril del 2021 a las 09:52


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Ramón Pérez Estévez, Monchu para los amigos, nació en fecha tan señalada como el 1 de enero de 1951 en el cuartel de la Guardia Civil de Posada de Llanera donde su padre estaba destinado como Guardia Civil. Desde la década de 1970 reside en Madrid.

En enero de 1974, formando parte del reemplazo de ese año, llegó al Aaiún, siendo destinado al campamento de la Policía Territorial del Sahara, unidad militar creada en 1960 con el objetivo de ocuparse del orden público, seguridad y vigilancia de fronteras, hasta entonces desempeñadas por las fuerzas nómadas. La Policía Territorial, cuya oficialidad procedía del propio Ejército de Tierra y de la Guardia Civil, disponía de uniformidad propia, traje hecho a medida, zapatos negros, pantalones grises, camisa beige, chaquetilla gris y pañuelo de seda negro al cuello y, en verano, la chaquetilla y el pañuelo se sustituían por camisa y corbata. Su Escudo, diagonalmente partido en dos, con un dromedario en el centro, indicaba el color de su parte izquierda a que compañía estaba destinado el portador y su base en el Aaiún, compañías 1ª, rojo, y 2ª amarillo, blanco para la 3ª con base en Smara, verde para la 4ª de Villa Cisneros, negro para la Unidad de Destinos, además de otros distintivos para la Plana Mayor e Instrucción. Los integrantes autóctonos, profesionales, fueron reclutados entre los saharauis menores de 50 años. El prestigio de este Cuerpo de Policía se asentaba sobre el respeto y admiración tanto del resto de europeos como de los saharauis. 

Hasta finales de marzo de 1974, realizó junto a otros 300 reclutas la exigente instrucción en el campamento de Hatarrambla, “en la soledad del desierto”, clasificado por expertos internacionales de aquél entonces, como el tercero más duro del mundo, tras los de la Policía Montada del Canadá y el de los Marines USA; allí, durante estuvo casi 3 meses los reclutas, bajo el mando de tres sargentos “chusqueros” con modales impensables en el actual Ejército Español, donde sus tacos y sus agresiones acompañaban el esfuerzo físico exigido en la rigurosa instrucción, orientada a la única finalidad de destacar sobre el resto de tropas en el desfile de Jura de Bandera. Ese día, en abril de 1974, junto al resto de unidades que conformaban unos cuatro mil reclutas en total, la Policía Territorial entró la última en el patio del BIR 1, donde no defraudaron la tradicional expectación que a lo largo de los años creó esta Unidad, en el resto de los cuerpos militares y del público en general, tanto por su prestancia como por la canción desenfada que acompañaba el paso. El desfile final de los nuevos policías, ante el Gobernador General del Sáhara, general Fernando de Santiago, “arrancaba el aplauso del público y del resto de soldados, pues el efecto de marchar trescientos hombres levantando el puño enfundado en guante blanco por encima de la cabeza cubierta con gorra azul oscuro, hasta tocar con el dedo pulgar de la mano derecha la coronilla”, aparte del efecto estético y la marcialidad del acto, conmovía corazones. Así finalizó la etapa de campamento, del que salieron 300 Policías Territoriales sin saber absolutamente nada sobre las importantes funciones que como fuerza de policía tendrían que desarrollar durante los próximos doce meses.

Los rigores del Campamento quedarían pronto olvidados, pues su asignación a la Unidad de Destinos le llevó a su puesto definitivo en el Gobierno General del Sahara, sede del Gobernador y del Secretario General, responsable éste último de la Administración General del Territorio, y allí, bajo las órdenes directas del asturiano teniente coronel Ricardo Duyos, a la sazón Secretario General del Sahara, inició la nueva etapa que le alejó del Cuartel de la Policía Territorial, ya que tanto él como otros 9 compañeros residían en las dependencias del Gobierno, con la única responsabilidad de carácter militar de izar y arriar diariamente la bandera que ondeaba en la azotea del Gobierno General; podían vestir de paisano y gozaban de gran libertad de movimientos. Cuando había transcurrido un escaso mes, tanto el Gobernador General como el Secretario General fueron reemplazados por el general Gómez de Salazar y el coronel Luis Rodríguez de Viguri, que llegaron al Territorio con el objetivo encomendado por Franco de impulsar la Autonomía de la Provincia del Sahara. Este destino le proporcionó una relación directa muy personal con el mencionado Rodríguez de Viguri, su jefe directo, así como con los altos responsables del estamento militar, los delegados gubernativos, los jefes tribales y los emergentes políticos nativos que se relacionaban cotidianamente con el Secretario General, gran conocedor de la cultura saharaui e incluso con dominio del árabe. Desde aquella magnifica atalaya fue testigo de muchos acontecimientos de gran trascendencia para el futuro, aún hoy no resuelto del Sahara, unos conocidos por el público, otros que permanecen aún hoy en las oscuras tinieblas. En general su labor requería un riguroso, cauteloso y confidencial desempeño en la Secretaria por los propios condicionamientos de los asuntos que por allí pasaban. Baste recordar que la fallida aprobación por la Yemaa (Asamblea de Notables del Sahara) del Estatuto de Autonomía del Territorio, redactado por el propio Rodríguez de Viguri y que el día previo a su aprobación recibió la orden de Madrid de detener el proceso, para lo que hubo que “convencer” a un relevante jefe tribal para que rechazase la propuesta ya aceptada por todos ellos; o la creación de un partido político promovido y apoyado, en todos los aspectos, por el gobierno español, el PUNS, es decir, el Partido Unificado Nacionalista del Sahara, cuando en España estaban prohibidos y perseguidos los partidos políticos!!

El hecho de que entre sus responsabilidades cotidianas estuviese la grabación y transcripción literal, de las conversaciones trascendentales con interlocutores relevantes del Secretario General bien fueran residentes en el Territorio o con las autoridades en Madrid. Desde tan relevante despacho de la Secretaría General del Sahara vivió hechos tan relevantes como la confección del primer Censo de la población autóctona, muy difícil de realizar con rigor dado el carácter nómada de una parte de los saharauis, que se mueven por el desierto sin entender de fronteras, con sus ganados en busca de los escasos pastos;  la llegada al Territorio de la Misión Visitadora de Naciones Unidas para realizar el informe sobre la situación en el Sahara Español, visita donde se constató, con cierta sorpresa, cual era el verdadero sentir de la población autóctona, pues el camino desde el aeropuerto hasta el centro de el Aaiún estaba cubierto por saharauis con banderas españolas proporcionadas por el españolista partido PUNS, y en el momento que llegaron los representantes de la ONU, desaparecieron de las manos saharauis las banderas españolas y en su lugar aparecieron las del Frente Polisario; también vivió de cerca los trabajos de campo realizados para aportar información para la defensa de la posición española ante el Tribunal Internacional de Justicia de la Haya donde Marruecos reclamaba la marroquineidad histórica del Sahara Occidental. Dada la penuria de medios con que el Gobierno Español estaba abordando el conflicto con Marruecos, desde la Secretaría General del Sahara se solicitó a los diferentes regimientos militares la búsqueda entre la tropa de titulados en Sociología, Arqueología, Historia y afines, con los que se formó un equipo de investigación instalado en las dependencias de la Secretaría General y que proporcionaron al equipo de defensa en Madrid, los argumentos que demostraban que el pueblo saharaui nunca tuvo ninguna relación con Marruecos; recuérdese que el Tribunal de la Haya dictaminó que “no hay vínculos de soberanía entre Marruecos y el Sahara”

Su empleo en tan estratégico despacho le permitió ser testigo de reuniones y conversaciones al más alto nivel en las que se trataban asuntos de repercusión histórica, que tristemente condujeron a la situación aún hoy sin resolver. Este desempeño discreto y responsable como soldado, le supuso recibir la Medalla al Mérito Militar, honor que se otorga como reconocimiento y recompensa por hechos y servicios tan notorios como distinguidos, y que le fue impuesta por el general Gómez de Salazar, ya meses después de licenciarse -lo hizo en abril de 1975- por lo que fue necesario volver al Aaiún, esta vez ya de paisano y en compañía de su futura esposa.

El Aaiún era en aquellos tiempos una población de unos diez mil habitantes, similar a cualquier otra de la península; había un cine , un parador de turismo de cuatro estrellas, una sala de fiestas, una piscina, algunos “bares de niñas” y playa a 25 kilómetros, habitado en un 80 % por militares y sus familias; la población autóctona asentada en la ciudad vivía en barrios paupérrimos, en casas construidas por el gobierno, otra parte de ellos vivían como nómadas desplazándose por el desierto con sus rebaños, en busca de pastos y montando y desmontando su jaima; cuando los desplazamientos eran demasiado largos pedían auxilio de transporte al Secretario General que ordenaba la movilización de medios para ayudarles. La población del Territorio se distribuía principalmente entre las tres ciudades, El Aaiún, Villa Cisneros y Smara; la población autóctona, organizada en tribus, tenía muy escasa especialización, encontrándose algún pequeño grupo artesano como los majarreros, artesanos del cuero y de la plata, proveedores de los militares españoles que deseaban volver a la península con alguna modesta joya plata para novias, esposas o madres; en el aspecto cultural destacaba algunos pequeños grupos de folklore típico saharaui, uno de los cuales acudía regularmente a la Feria del Campo que anualmente se realizaba en Madrid; se ocupaba principalmente en el pastoreo en el desierto, en el ejército, en el servicio doméstico, en la construcción, en la escasa agricultura y en la mina de Fosfatos de Bucraa, uno de los mayores yacimientos a nivel mundial de fosfatos, explotación a cielo abierto en el interior del desierto y que mediante una cinta transportadora de más de 100 km el mineral era transportado hasta el muelle de embarque, una gran infraestructura en el desierto, la “joya de la corona”  que justificaba las ambiciones territoriales de Marruecos. El orden difícilmente se alteraba y de ocurrir, la Policía Territorial lo imponía contundentemente. Otra cosa era la frontera con Argelia y Mauritania, donde grupos guerrilleros hostigaban los puestos de la Policía Territorial o patrullas militares, si bien era fundamentalmente la Legión quien restablecía el orden y algunas veces los nativos de la Policía. Algún compañero asturiano conoció en detalle la vida en estas avanzadillas militares a muy pocos kilómetros de la línea fronteriza: compuesta por una docena de soldados, viajando en Land-Rover, cada uno con fusil -con el que dormían en la cama- ametralladora, granadas y pistola. Las noches suponían una especial tensión en la soledad del desierto, pues simplemente el ruido del aire moviendo papeles o cualquier objeto en el suelo suponía saltar de la cama con el fusil en mano. Quien esto firma, le envío algún recorte de la prensa madrileña informando de altercados fronterizos donde había muerto algún agente de la Policía Territorial, en cuyos funerales sí tomó parte nuestro protagonista. Tuvo la oportunidad de presenciar el inicio de la actividad armada del Frente Polisario, con acciones de guerrilla fundamentalmente en el interior del desierto y algunas acciones reivindicativas en las ciudades, la más llamativa la bomba arrojada al patio del cuartel de la Policía Territorial en el Aaiún en el momento que estaban formados los policías para el toque de retreta, dejando algunos heridos por metralla.

Como consecuencia de su destino y la confianza de su jefe, recorrió prácticamente la totalidad del Sahara Occidental acompañando diferentes visitas oficiales y particulares, lo que le proporcionó una amplia visión y conocimiento privilegiado de costumbres, paisajes y paisanajes.  Los autóctonos estaban cómodos, o resignados, bajo la protección española, por lo que su grado de soporte a las actuaciones de los grupos rebeldes era minoritaria. El pueblo saharaui mantenía sus más puras tradiciones, vivían su fe religiosa como en tiempos de Mahoma, y haciendo honor a su máxima “suerte Mulana”, no se inmutaban por nada. Eran gentes muy nobles, predispuestas a considerar amigo al visitante, al que recibían en sus casas o en sus jaimas con toda cordialidad; la ceremonia del té era uno de los grandes ritos, imprescindible en el recibimiento del visitante, para demostrar amistad o agradecimiento.

 

“La vida aquí en la soledad del desierto, y la que tenía en la Península, equivalen a dos mundos completamente diferentes; aunque mi ambiente de servicio militar es un tanto privilegiado, exento de la vida cuartelera, haciendo vida prácticamente de civil, y dedicando al menos doce horas al día, 7 días a la semana, a las tareas de despacho con escaso tiempo para disfrutar del cine, o  de las comodidades del Parador, supone cierto grado de rutina y se acrecienta el deseo de volver pronto a ver el paisaje peninsular”, escribió en el verano de 1974.

El 14 de noviembre de 1975 tuvo lugar uno de los acontecimientos mas relevantes de del conflicto del Sahara Occidental y sin duda de los mas vergonzantes de la historia española. España firmaba en Madrid el acuerdo por el que, haciendo caso omiso a las directrices de la ONU, cedía a Marruecos y Mauritania la administración del Territorio. Con este acuerdo España, allí presente durante unos 100 años, abandonaba a su suerte a los saharauis y como consecuencia, hoy en día el conflicto del Sahara Occidental sigue sin resolverse y el pueblo saharaui permanece dividido entre quienes permanecen en el territorio bajo control marroquí y los que bajo la dirección de la República Árabe Saharaui Democrática permanecen en el desierto argelino. Aún hoy, para la ONU España sigue siendo la Potencia Administradora y el Sahara Occidental, territorio pendiente de descolonizar.

Monchu llegó en Enero del 74 al Sahara Español, con escasas nociones de lo que era un territorio tan alejado y tan desconocido en la Península, a la que regresó en Abril del 75 con inolvidables experiencias, con la satisfacción de haber conocido estrechamente a un hombre tremendamente íntegro, culto, trabajador incansable y gran defensor, hasta las últimas consecuencias, de la autodeterminación del Pueblo Saharaui, como lo fue el coronel don Luis Rodríguez de Viguri, último Secretario General del Sahara, a siglos de distancia del arquetipo del militar español de aquella época, engañado por los políticos de Madrid y el último en salir del Territorio.

Hoy el Pueblo Saharaui sigue reclamando su derecho a la Autodeterminación.

 

 

 

 

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