LLANERA

SOCIEDAD

Historias del ayer y del hoy. La Mili en el Sahara español ( V )

Miercoles 13 de Enero del 2021 a las 09:15


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José Manuel Valencia Pérez, “Casuca” para todos, nació en la Casuca, en Anduerga de Santa Cruz de Llanera en 1937. Tanto para él como para su familia y novia supuso un gran disgusto ser destinado al “África” y cargando con el y “cuatro cosas” más en la maleta de madera que le preparó para la ocasión Manolo Santiago, tomó el Llanera, donde no le cobraron el billete, en Anduerga rumbo a Oviedo probablemente en la primavera de 1959 -la memoria ya pasa factura- , comenzando así un largo periplo de viaje que le llevó en tren hasta León donde pasó la noche durmiendo en los vagones de la estación -algunos reclutas se permitieron el lujo de hacerlo en el San Marcos y otros hoteles y pensiones cercanas-, a la espera de otro convoy que les llevaría hasta La Coruña. Durante dos semanas deambularon por esta ciudad, sin tarea alguna, a la espera del “Marqués de Comillas” que surcaba el Cantábrico desde Bilbao y Santander recogiendo mas reclutas. Cuando al fin, un día al atardecer, medio en formación, desfilaron por la ciudad camino del buque, la población coruñesa aplaudía tanto desde los balcones como a pie de calle. El barco era de gran tamaño y los en el embarcados más que numerosos; tras un día completo de navegación con mareos y todo tipo de incomodidades por el hacinamiento y el calor, llegaron a Cádiz, donde sin salir del buque permanecieron otro día mientras subían a bordo más remesas de reclutas. Desde allí, rumbo a las Canarias, una avería obligó a que el Marqués de Comillas fuera remolcado hasta Las Palmas y finalmente, otro día más de navegación para llegar a Tenerife a la noche. Cambiaron a un barco más pequeño que pudiera acceder al puerto de Santa Cruz de La Palma, punto de destino fijado para hacer la Instrucción en instalaciones cuyo nombre no recuerda.

Culminaba así casi un mes de viaje y tras los dos y pico de instrucción, hacerse cabo y ser considerado un tirador especialista, juró bandera extrañando a la familia, aunque hubo convite especial en el cuartel. En la espera de ser trasladados a los barracones en la playa de Las Canteras en Las Palmas, como consecuencia de múltiples destinos y barcos para el transporte, no fueron pocos los que perdieron el macuto y el fusil en el puerto. Una estancia de unos quince días en la playa permitió divagar sobre el posible destino en Ifni, en Villa Cisneros , en el Aaiún e incluso en Guinea Ecuatorial. Finalmente, salieron con destino al Aaiún, y tras desembarcar en su playa por medio de chalupas, a las que él llama “falúas”, varios camiones del ejército los llevaron a los barracones designados en la propia ciudad, quedando encuadrado en el Batallón de Cabrerizas, cuarto tercio Farnesio de Regulares.

El Batallón de Cabrerizas era una unidad disciplinaria del Ejército, de guarnición en el barrio de igual nombre en Melilla, que al iniciarse la campaña de Ifni-Sáhara de 1957/58 fue trasladado al Sahara para hacer frente al llamado Ejército de liberación marroquí. Finalizada la campaña, quedó en el territorio como unidad de penados, para que los miembros de tropa condenados por algún delito cumplieran allí la pena disciplinaria impuesta por los Tribunales castrenses.

Relacionado con este Batallón, decir que nuestro protagonista vigiló en la playa del Aaiún, a los mineros asturianos que, siendo militares por hacer la mili en la mina, como consecuencia de los conflictos de La Camocha y el Nalón de 1957 y 1958, fueron deportados al Sáhara; ubicados en barracones en la propia playa, descargaban de los barcos todo tipo de suministros. En su memoria permanecen otras guardias, especialmente durante la Semana Santa y la que, a modo de homenaje, hizo en el propio cementerio del Aaiún donde reposaban los militares españoles fallecidos. Su cometido como cabo cartero además de llevarle a diario hasta el Gobierno Militar y otras dependencias militares, para repartir la correspondencia, incluía el pago a las mujeres indígenas que hacían la limpieza de las instalaciones, eso sí, teniendo presente que cualquier piropo o gesto galante hacia ellas podría molestar a los familiares masculinos nativos.

En los seis meses que permaneció allí, no se acostumbró al agua salobre de la fuente junto al llamado “Río de Oro”, río que recuerda seco, salvo la importante inundación consecuencia de abrir las compuertas de los pantanos que desierto arriba controlaban los franceses, y presenció a mediodía del 2 de octubre de 1959 el eclipse total de sol que durante unos 10 minutos dejó la ciudad en penumbra total, a pesar de ser mediodía, y aún recuerda la impresión que le causó la histórica ciudad de Smara.

Cuando el regimiento Simancas de Gijón abandonaba Sidi-Ifni, probablemente a finales de 1959, su Batallón fue designado para sustituirlos. El viaje fue con escala en Tenerife a bordo del “Capitán Mayoral”, en una travesía de 15 días tanto por una avería en el barco como por haberse perdido en alta mar, y requirió los servicios de un helicóptero como guía hasta la playa de Ifni. Una travesía tan larga, supuso el agotamiento físico de la gran mayoría de los soldados tanto por una alimentación deficiente y escasa, como por los calores de la zona y la aglomeración de soldadesca en el buque. Aunque en destino, el abandonó el barco por sus propios medios, fueron muchos los que necesitaron ayuda. Al incorporarse al cuartel de Tiradores de Ifni, tuvo la fortuna de saciar el hambre al encontrar a Ramonín de la Cogolla, veterano en la zona, quien le cedió casi todo su propio rancho para que se recuperara.

La vida en Sidi-Ifni, donde permanecería seis meses, fue ligeramente diferente a la del Aaiún; como Cabo que era, distribuía las funciones de su pelotón y los formaba para desenvolverse en las trincheras de Buyarifén, U Suggun, Gurram, Vir Nzaran, e incluso “el monte Guru Guru”…, emplazamiento este para cuyo abastecimiento se requerían dos unidades de protección al convoy, una a cada lado de la carretera, dados los hostigamientos del ejército de liberación marroquí; las guardias nocturnas inicialmente de dos en dos soldados a la vez, hasta que se tomara confianza con el terreno y se acostumbraran a pasar la noche al acecho, junto a la alambrada defensiva; los días que

ellos llamaban de descanso pues, suponía alejarse de la primera línea del peligro, limpiaban el armamento, el polvorín o tareas similares. Nunca fue herido ni participó en primera línea de escaramuzas, pero sí recuerda como el día de Reyes de 1959, la explosión de un artefacto enemigo mató a un soldado, y lo que llamaban “fuegos artificiales” que surgían en la noche cuando algún chacal buscando comida tropezaba con las alambradas eléctricas y consecuentemente, los fogonazos al disparar a un supuesto enemigo invisible desde todas las posiciones, al unísono, iluminaban durante un rato la noche del desierto.

Para compensar una comida básicamente a base de carne de camello -que “estiraba como goma”- aderezada con patatas, y el típico bofio, esto es chocolate canario, su sueldo de unas mil pesetas le permitía comprarse leche condensada, patatas y huevos, lo que suponía una variable complementaria del rancho militar.

Recuerda el clima como tolerable, nunca fue al cine durante el servicio militar, en el tiempo libre deambulaba por la ciudad, iba a algún bar, al zoco y no tenía trato con los nativos. Los días que los legionarios cobraban, la ciudad adquiría un revuelo especial por lo que suponía aquellos consumiendo muchas veces sin medida en los bares y prostíbulos. Recuerda que “los moros” manejaban armamento fabricado en Oviedo y el único que él usó fue el fusil ametrallador.

Escribió las cartas de algún compañero analfabeto a la familia, enseñó a otros “las cuatro reglas”, y recuerda con afecto a Sergio de Faedo y a Gaspar de Gijón, colegas de fatigas militares, con quien hizo alguna que otra foto, todas desaparecidas con el transcurso de los años y los consiguientes avatares domiciliarios.

Licenciados tras 15 meses sin permiso, hubo que esperar varios días por el barco que los llevaría a Cádiz donde recibieron una gran acogida por parte de la población civil; tras pernoctar en la ciudad, por confusión, en vez del tren a Madrid tomaron el que iba a Bilbao y, cuando después de tres o cuatro estaciones se dieron cuenta del error, pudieron cambiar de convoy sin mayor problema. Otro tren desde Madrid hasta Avilés y al no encontrar a nadie allí, puso rumbo a pie hasta Santa Cruz. En la cuesta de Arlós, un lechero de la zona le subió a su motocarro y le acercó hasta el bar de Genaro en Santa Cruz donde ya se encontró con algún familiar.

Llegaba un tanto desorientado, desubicado casi por completo, sin haber disfrutado de permiso alguno, pero lucía su buen tipo moreno e incluso en el bolso traía los ahorros conseguidos con la paga militar. Hoy día, considera lo vivido como una etapa sin mayor complicación, pero con riesgos, y a la vista del desarrollo posterior de los acontecimientos históricos en aquellos territorios, duda de que hubiera merecido la pena tanto sacrificio juvenil.

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