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SOCIEDAD

Historias del ayer y del hoy. La Mili en el Sahara español (II)

Lunes 21 de Septiembre del 2020 a las 20:03


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José Ignacio Rodríguez Blanco, Nacho para todos, nacido en 1953 en la llamada casa Cuesta en Coruño, domiciliado hoy en día en Posada, tomó el tren en Oviedo, con dirección a Madrid en enero de 1975, como primera etapa del camino al Sahara. En Madrid, ya con más reclutas, subieron a un avión con destino el Aaiún, previa escala en Sevilla para recoger más reemplazo. Coincidió en la mili con Pepe de Vicentón, de Posada, desgraciadamente ya fallecido, con Ramonín el de Robledo y Luis Ignacio de Guyame.

Incorporado al BIR número 1 en la llamada Cabeza de Playa a pocos kilómetros del Aaiún, donde tras dos meses largos de instrucción reglamentaria, juró bandera en el mes de marzo. Aquel día hubo menú especial que incorporaba copa de coñac, puro con el café y sidra como bebida en la comida, una manera ésta de compensar la ausencia por la lejanía, de la frecuente presencia de familiares cuando las juras tenían lugar en los CIR de la península.

Los BIR eran batallones de instrucción de reclutas, equivalentes a los CIR peninsulares; fueron creados en 1964 con la misión de recibir, reconocer, vestir y encuadrar a los individuos llamados a prestar servicio militar en la provincia del Sahara, según reza en un folleto oficial de la época.

Nacho pasó todo el servicio en la primera compañía de Infantería del mismo BIR, donde fue Furriel, y cabo Primero tras el consiguiente curso. Con él, en la misma agrupación, donde no había nativos indígenas, sólo había otro asturiano, el ya citado Ramonín el de Robledo, aunque uno de los capitanes, Alamán Castro, cuyo buen trato aún recuerda con afecto, tenía ascendencia en la tierrina. De otro capitán, Esteban de las Heras, se sabía que había tenido un destino complicado por la situación política en el País Vasco.

Para el tiempo libre, en el propio BIR había cine, instalaciones deportivas, y en el hogar del soldado, cantina, televisión, tocadiscos; además existía la opción de ir a la playa, desplazarse a la capital o deambular por las inmediaciones del Cuartel. Afirma que los lugareños hablaban bien español, generalmente vestían con la chilaba azul y blanca, pastoreaban ovejas y cabras, algunos se dedicaban al comercio y regentaban tiendas, zocos, bares, e incluso había locales de mujeres de vida alegre.

La presencia española desde 1887 facilitó la existencia a los nativos, construyendo ciudades, con arquitectura típica de bóveda y alturas de hasta cuatro pisos en el Aaiún, donde habitaban 40.000 almas por aquél entonces.

Desde la Cabeza de Playa hasta el Aaiún, unos 25 kilómetros de carretera prácticamente recta, se llegaba en la guagua local. En la capital, que contaba con un Parador de Turismo, los bares podrían equipararse al Belín, que todos conocimos. En estos bares- restaurantes, no se mezclaban fácilmente con los nativos, aunque el trato en la calle era habitual. Una población indígena de la que el 51 % era menor de 20 años y en aquella sociedad patriarcal, tribal, amante de las tradiciones, acostumbrada a los espacios abiertos, hospitalaria y un tanto reservada, ya emergía la liberación femenina y gran parte de la juventud aspiraba a los estándares europeos de vida.

La playa era poco frecuentada; el clima caluroso se soportaba como se podía, y se complicaba con los esporádicos e intensos vendavales donde los azotes de la arena obligaban a usar mascarilla, gafas, siroquera …; El menú del cuartel, regular, aunque incluía sopas, cocidos, carne y muchos lo complementaban o sustituían puntualmente recurriendo a lo disponible en la cantina.

Consecuencia de los acontecimientos de finales de 1975, Marcha Verde y muerte de Franco de los que hablaremos después, fue trasladado de la compañía al CIR 15 de Hoya Fría en Tenerife, en el mes de noviembre, permaneciendo allí hasta diciembre. La lejanía del destino suponía que el reglamentario permiso de un mes se transformara para los cabos primeros en 45 días, generalmente acumulados al final del Servicio, por lo que regresó a casa también en avión vía Sevilla-Madrid y tren hasta Oviedo al finalizar dicho año.

La incertidumbre de saber si había que volver o no al destino hasta cumplir los habituales 15 meses, se acrecentaba con el fichar periódicamente en el Cuartel de la Guardia Civil de Posada, hasta que el recordado Travieso, le comunicó un día en plena calle que pasara a recoger la cartilla, lo que suponía estar licenciado definitivamente.

La Marcha Verde y la muerte de Franco ocurrieron durante su presencia en el Aaiún. Aunque reconoce que apenas tenían información, era consciente de la situación histórica que se vivía aquellos días y recuerda que las conjeturas sobre lo que pasaba o pasaría eran habituales, que no había información veraz y directa de los mandos, que un cierto grado de miedo estaba presente, que el trato de los oficiales con la tropa pasó a ser casi de “tu a tu”, que se rumoreaba de dos muertos en el BIR sin saber los detalles, que algunos desertores en la península, allí en prisión, incluso algún asturiano, se fugaron…; la verdad es que con estas efemérides, se “paró todo”, había una sensación general de tranquilidad, a pesar de la alteración que suponía la evacuación generalizada a las Canarias y la ocupación del cuartel por los legionarios hasta entonces establecidos en Villa Cisneros.

Ante la Marcha Verde marroquí, “cambió todo”; su Compañía era la tercera fuerza de choque, tras la Legión y las Tropas Nómadas. El servicio en vanguardia, adentrado en el desierto, duraba una semana y en alguna ocasión llegó a estar a pocos kilómetros de

“la frontera” o “frente” de los desplazados marroquíes. Las necesidades de soldados para hacer enfrentarse a la expedición alauita obligaron a que, en algún momento, se incorporaran a este tipo de servicio incluso a reclutas que no habían completado el periodo de instrucción. Por seguridad, las mujeres de la oficialidad se trasladaron a la ciudad de Aaiún, los oficiales se establecieron en el interior del acuartelamiento; las residencias y viviendas de los mandos en Cabeza de Playa, al ser abandonadas por los españoles, fueron ocupadas por nativos saharauis. La hasta entonces fraternal relación con ellos, se tornó precavida ya que incluso disponían de armas, y aunque la mayoría tenían mas querencia por los españoles que por los marroquíes, había quienes se inclinaban por Marruecos, en algunos poblados se oían disparos esporádicos, el Frente Polisario se hacía cada vez más presente…

Aquella experiencia personal, singular en un paraje especial, históricamente llevaba implícito cerrar el capítulo colonial de nuestro País.

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