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CULTURA-DEPORTES

"desdemiventana" El día que las ventanas me comenzaron a hablar

Domingo 31 de Mayo del 2020 a las 18:29


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“El día que las ventanas me comenzaron a hablar”

 Un edificio llama mi atención.  Sus ventanas me asombran y me despiertan curiosidad. Todo comenzó el día que el mundo cambió su nombre y se denominó COVID 19. Sus ventanas me hablan. Temo contar lo que me dicen, pero lo hago para que no queden en el olvido sus historias, y se recuerde cuando el mundo cambió de nombre y las ventanas comenzaron a hablarme.

La ventana 1 fue la primera.  Ella comenzó a despertar el diálogo entre las demás y yo. Fue una tarde de un día sin lluvia ni frío. El COVID 19 comenzaba su funesta travesía por España, mientras continuaba por el mundo. Al abrirse se le asomaron unas manos que aplaudían al ritmo de una música con una letra que decía “Resistiré”. Ella me lanzó un guiño invitándome a aplaudir.  Estaba contenta por verme. Se alegraba que le siguiera en los aplausos, que eran dedicados a todos los que luchan contra ese, que le cambió el nombre al mundo. Me contó que sus dueños eran artistas y que ahora dedican el tiempo a leer historias alegres, para luego contarlas, desde algo que se llama internet, a los niños y niñas que están en sus casas.

Cuando estábamos más confiados conversando, la ventana 2 se abrió y saluda como sí nos conoceríamos de toda la vida. El saludo fue recibido por la ventana 1 de una manera natural, mientras que yo no supe que decir. La ventana 2 estaba triste, se le notaba en unas gotas de lágrimas que brotaban de sus bisagras. Nos contó que estaba sola. Que su dueña de ochenta años no tenía fuerzas para acompañarla a aplaudir, pero que ella lo hacía por las dos y se alegraba de tenernos a su lado. Nos dijo que sentía tranquilidad porque los dueños de las ventanas vecinas, estaban pendiente de ella. Con rápida abatida, la ventana 2 se sacudió las lágrimas y continúo aplaudiendo.

Un estridente golpe me hizo girar la cabeza. Era la ventana 3. Se abrió y comenzó un discurso con tono muy alto y enojado. Nos dijo que necesitaba abrirse y respirar profunda, para no escuchar a su dueña. Sin darnos tiempo a preguntar, nos dijo que no podía concebir que su dueña, por la única razón, de que su gata se encondiera debajo de la cama, le molestara la música que ponían los dueños de la ventana 1.

Yo quise hablarle para tratar de calmarle su enojo que le enrojecían sus cristales, pero ella prosiguió. Entre los aplausos, seguía desahogándose diciendo que, en estos momentos, la música se agradecía, mientras hay tantas personas y ventanas luchando para que el mundo se mantenga con vida y no ser denominado por siempre COVID 19.

La ventana 1 me miró, y en su rostro divisé la pena que sentía por su vecina al tener una dueña así. De pronto cambió su rostro. No podía comprender porqué y busqué entre sus vecinas el motivo.

Era la ventana 4, desde donde se escuchaban las vocecillas de unos niños. Mientras aplaudían, la ventana 4 se presentó. Con sus cristales llenos de colores que salían de unos dibujos que decían “Todo va a salir bien”, nos saludó con mucha amabilidad. Con gestos afables nos contó que esos eran sus dueños eran una familia que, a pesar de vivir en un pequeño espacio, estaban contentos por pasar más tiempo juntos, mientras juegan al parchís y hacen sus deberes. La ventana 4 disfrutaba de sus dueños, quienes, con los niños en brazos, continuaban aplaudiendo felices de poder compartir este momento de agradecimiento, para todos los que estaban luchado contra ese, que le cambió el nombre al mundo.

Los aplausos continuaban y yo entre el asombro por el descubrimiento de las ventanas, seguía en la búsqueda de conocer a otras que permanecían en silencio y cerradas. La ventana 1, al verme en la búsqueda de las demás vecinas, decidió contarme sobre algunas de ellas.

 Indicándome hacia su derecha, me dijo que, la que permanecía cerrada y con gestos en sus cristales de no haber hablado nunca, era la ventana 5. Sus dueños, eran una joven que trabajaba en uno de los comercios que permanecía abierto y que regresaba en la noche, y un joven que permanecía todo el día paseando a su perro. Que el animal se quejaba por los tantos recorridos que le obligaban hacer, como justificación para estar en la calle. Yo miraba la ventana 5 y logré ver en sus cristales opacos, el deseo de poder tener con quien abrirse y acompañar a sus vecinas ventanas.

Solo me imaginé al perro suplicando que lo dejaran en paz. También pensé en los tantos animales que están desorientados en esta nueva formar de hábitat, mientras todos estamos en casa y ellos se desplazan entre las calles vacías, alegres o en busca del contacto que tenían con los humanos, antes de que el mundo cambiara de nombre.

Entre música y aplausos siguió contándome la ventana 1, que la ventana 6 no estaba cerrada del todo. Entre sus cristales era visible un rostro que se asomaba con timidez. Su dueña, me contó la ventana 1, es una señora que hace poco se mudó para este edificio y viene de otro país. Casi todos los vecinos intentan hablarle y ofrecerles algo de comer y ella entre dientes, susurra algo que no se escucha, pero con gestos demuestra agradecimiento. Me dijo su vecina ventana 7 que, por las noches mientras llora, la escucha hablar con su familia, y que la ventana 6 se abre solo a esa hora para que el fresco de la madrugada seque sus lágrimas.

Las sirenas de un coche de policía se escuchan. Es la hora de aplaudir a todos los que intentan recuperar el nombre al mundo. Quiero que estos días pasen, aunque deje de escuchar las historias de las ventanas. Es por eso que las escribo, para nunca olvidar el día que el mundo cambió su nombre y ellas comenzaron a hablar.     

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